Eran las dos de la mañana en algún lugar de la costa oeste de Groenlandia cuando sonó el teléfono en mi cabina. Por supuesto que yo estaba dormido cuando eso sucedió, con lo cual me costó reaccionar tanto al insistente sonido del teléfono, como a la dulce voz de la doctora de a bordo, Tatiana, quien me alentaba a levantarme, que afuera había «Northern Lights». Jamás había visto las auroras boreales, por lo cual mis niveles de excitación disiparon, en seguida, aquel letargo propio de quien recién se despierta.
Correr en las regiones polares
Tres meses en un barco, sin hacer nada de ejercicio físico, y con una dieta que desborda en alimentos, es demasiado. Al menos para mí y para mi cuerpo, cuyo peso suele oscilar, con las temporadas, como el péndulo de un reloj.
Italiano, oso polar
Ni osos negros, ni pardos, ni pandas, ni polares. Hasta hoy, nunca había visto ninguno, y eso que yo soy oso también. Reconozco que estoy hecho de peluche, pero aún así, debería conocer para esta altura del partido (treinta y un años al día de hoy) a alguno de mis pares, cualquiera sea la especie. Por eso, cuando hace uno meses Fede me invitó a acompañarlo a trabajar embarcado durante la temporada en el Ártico, no lo dudé un segundo.
Más allá de los pasos del hombre
Nunca pensé en que viajaría al Ártico. Jamás soñé con visitar Groenlandia y hasta hace poco no tenía idea dónde quedaba Svalbard o Franz Josef Land. Pero dentro de muy poco estaré ahí, navegando esos mares helados, avistando ballenas, focas, morsas y, espero, osos polares.